viernes, 12 de septiembre de 2008

ANALISIS DE DOS FILMES DE PATRICIO ESPINOZA AIBAR



Análisis de dos filmes de Patricio Espinoza Aibar

DE REGALOS Y DE ORGULLOS:
TRÁNSITO HACIA LA ACEPTACIÓN

Por Víctor Bórquez Núñez, periodista.


El cine tiene la capacidad de inmiscuirse en las grandes epopeyas pero también en las pequeñas y desgarradoras tragedias cotidianas. Para lo uno, el espectáculo, el efectismo, la parafernalia y el desborde de recursos. Para lo otro, la cámara escrutadora, los primeros planos, los recursos mínimos –minimalismo- que no por ello desmerecen en lo que es menester de este arte: entretención y fascinación gracias a la imagen en movimiento.

Patricio Espinoza Aibar, oriundo de Antofagasta, hizo en 2003 ‘UN REGALO PARA EL ALMA’, a propósito de una exquisita anécdota: en un antiguo cité del centro de la capital una artista encerrada en su cuarto y parapetada en sus lentes oscuros ausculta sus recuerdos y revive sus viejas glorias gracias a un vecino que la adora y que para ella organiza una función de Madame Butterfly a la que se adhieren, cómplices de lo maravilloso, todos los amigos y vecinos del microcosmos en que viven los personajes. Para ella se inventa todo: aprovechando su ceguera, le regalan una función de Madame Butterfly que no resistiría ni siquiera una comparsa escolar, pero la magia de la amistad, el candor de su protagonista, la certeza de los sentimientos puede más que la ausencia de los recursos.

En un escenario igual de despojado, con los elementos esenciales, en 2006, Patricio Espinoza Aibar vuelve con ‘EL ORGULLO DE CLARA’, relato que gana en agudeza de guión, escarba con más saña en las máscaras que impone la sociedad y en un tiempo menor -20 minutos- se adentra en el retrato desgarrador y siempre contenido del amor de una madre que supera todo, con el estoicismo que sólo puede encontrarse en una mujer sencilla, dueña de casa, que revuelve la olla y sobrevive al borde mismo de la miseria en compañía de un hijo que intuye distinto pero que es su único orgullo.

Texturas

Lo que se agradece de este filme es su contención: aprieta a tal punto su historia, la minimiza y la recorta que, en su síntesis, saca justamente lo que se espera de un drama asordinado como éste: la emoción de un notable primer plano de Clara (notable Jimena Sáez) viendo como de reojo el televisor que le revela con la crueldad de la imagen electrónica la realidad de su hijo, un patético remedo de la bailarina de ‘Flashdance’ que, en su baile frenético, en su angustia, en sus piruetas y su patetismo, está declarando su verdad delante de todos y para todos, incluso para las vecinas que han visitado a Clara sólo para reírse, acaso, de lo que ella transforma en su declaración de principios como madre y mujer: ‘¿vieron? Mi hijo también baila’.

En el plano formal, se evidencia el gusto de Espinoza por las texturas y los colores que le dan el tono visual a su relato: los acercamientos a los objetos, a los vegetales, al mantel pintoresco, a la plancha humeante, a los vasos con el jugo configuran el detalle perfecto para decirnos acerca de la cotidianeidad sin subrayados innecesarios. El trabajo del entorno de Clara también rescata esa luminosidad que le da al filme un sello característico, especialmente en el pequeño antejardín y en las rejas de la vecindad en que viven todos. Esas texturas le dan una característica especial que embellecen un filme de evidente agudeza y de economía de recursos expresivos.

Actuaciones

Si el propósito de Espinoza como director y guionista era el de retratar el mundo pequeño, doméstico pero de fuerza interior desbordante de una dueña de casa, su objetivo se ha logrado plenamente. Su retrato de Clara es sencillamente un prodigio. Tuvo a su favor dos hechos que –aun cuando fueran casuales- son responsabilidad del director en su manejo: la manera en que Clara va haciéndose protagonista, su presencia fílmica, su transmisión de sentimientos, su callado calvario que deviene en orgullo y auto confirmación la elevan por sobre todos. Es ella, Clara, la que ha triunfado en medio de la ruindad cotidiana, del ‘copuchenteo’ de las vecinas, del maldito qué-dirán socialmente establecido como estigma. El otro elemento es el físico de la actriz que es aprovechado como guiño dramático contundente en sus movimientos, sus desplazamientos, su ausencia de histrionismo innecesario.
Frente a esta monumental construcción de personaje, Mauricio (Mauricio Burgos), el hijo que apenas se ve pero se insinúa, resulta evidentemente menos trabajado a nivel de motivaciones. Sabemos de su soledad, de su flojera, de su terquedad a través de su madre y conocemos su audacia para enfrentar su realidad ante las cámaras de TV gracias al programa que lo revela. Más allá no podemos saber de él. Porque acaso con cierto interés, la fuerza central no está en el descubrimiento de él –de su verdadera realidad- sino en el de ella –su madre- que lo hace elevarse por encima de su debilidad como personaje.
Los secundarios aportan para entregarnos exclusivamente un entorno. Las vecinas operan como detonante del plano final, magnífico, pero podrían no existir a no ser por el determinismo del director para hacer de ellas partícipes de este maravilloso momento final en que las tres mujeres se concentran delante del TV las unas para la burla, la otra para la aceptación plena de lo que fluye de su yo más íntimo.

Universo temático y formal

Emparentada con ‘UN REGALO PARA EL ALMA’, este filme encuentra perfecta coherencia con la línea temática que parece venir desarrollando Patricio Espinoza: lo que a este director le motiva, creo, es el develar la grandeza que ocultan las vidas mínimas, las tragedias cotidianas que por ser precisamente cotidianas, parecen no importar; la revelación de las imposiciones de una sociedad que se edifica sobre cimientos de hipocresía y falta de valores respecto de las personas y sus mundos.
En lo formal, una cuidadosa puesta en escena que con elementos mínimos dan cuenta de la planificada orquestación dramática, donde colores, texturas y formas se organizan coherentemente para revelar la fascinación que parecen ejercer estos detalles estilísticos en el director. El uso de la iluminación expresiva y plástica y de una banda sonora ajustada a la evolución de los personajes y su desarrollo dramático, le confieren a sus dos filmes una evidente conexión.
En lo meramente temático, es más que evidente el amor que siente Espinoza por sus criaturas: el vecino en ‘UN REGALO…’ y Clara en esta película dan cuenta de seres humanos que sobreviven, se superan y trascienden la levedad de sus existencias cuando se afirman como personas, cuando son capaces de despreciar las convenciones, cuando se despojan de las máscaras (las otras caras) y se sienten capaces de auto afirmarse como lo que siempre han sido: seres humanos, personas plenas.
Agradecemos que Patricio Espinoza persevere y siga adelante. Se intuye en él la ‘gran obra’ por venir si sigue adscrito a esta búsqueda expresiva que se ha impuesto como tarea. Le agradecemos, por encima de todo, ese plano notable en que Clara de reojo mira a la TV –nos mira a nosotros, los espectadores- y es capaz de transmitir todo sin necesidad del auxilio de las palabras. Bendito poder de las imágenes.

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